· Constanza Alfaro  · 10 minutos

¿Y si el bullying no es cosa de niños, sino una herida que nunca nos enseñaron a nombrar?

El bullying no es cosa del pasado, es una herida que muchos siguen cargando en silencio. A veces, lo más cruel no fue lo que nos hicieron, sino que nadie se haya preguntado cómo nos dolió.

El bullying no es cosa del pasado, es una herida que muchos siguen cargando en silencio. A veces, lo más cruel no fue lo que nos hicieron, sino que nadie se haya preguntado cómo nos dolió.

“Hoy, mientras hacía scrolling en TikTok con mi café en mano, no esperaba toparme con mi adolescencia.”

El video era simple: una chica contaba cómo su curso completo le hizo bullying durante tercero y cuarto medio. No la invitaron a la gira de estudios, la aislaban, se burlaban de ella, y la trataban como si simplemente no existiera. El video se hizo viral.
Pero no por las razones correctas.

La mayoría de los comentarios no mostraban empatía, ni rabia, ni solidaridad. La mayoría preguntaba lo mismo: “¿Pero qué hiciste tú para que te trataran así?”

Y en ese instante, volví a mi infancia y pre adolescencia.

Volví al momento en que una compañera me pedía cien pesos todos los días “o su hermana me iba a pegar”. A mis cuadernos mojados con bebida. A las veces que nadie se sentaba conmigo. A ese título no oficial pero devastador: “la rechazada”.

Tengo 36 años. Y aunque ahora entiendo de apego, trauma, exclusión social, dinámicas grupales y mecanismos de defensa… nada de eso me preparó para lo que sentí esta mañana viendo ese video:
El bullying sigue aquí. Más visible. Más normalizado. Más disfrazado de “culpa de la víctima”.

Desde la psicología sabemos que el bullying no es una simple “etapa escolar”. Es una forma de violencia sistemática que puede dejar heridas profundas y duraderas: baja autoestima, síntomas ansiosos y depresivos, hipervigilancia, fobia social, desregulación emocional. En algunos casos, incluso trauma complejo.

Y sin embargo, seguimos sin tomarlo en serio.

Vivimos en una sociedad que, incluso en 2025, sigue preguntando qué hizo la víctima para merecer la violencia. Porque es más fácil creer que alguien “hizo algo” que aceptar que fuimos (y seguimos siendo) cómplices de dinámicas crueles disfrazadas de bromas, juegos o “cosas de niños”.

Eso tiene nombre: gaslighting colectivo.

Es la manera en que invalidamos la experiencia del otro para no tener que revisar la nuestra. Es la forma en que muchos adultos —que quizás fueron espectadores pasivos o agresores activos— logran dormir tranquilos, diciéndose a sí mismos que “no fue para tanto”.

Pero fue. Y sigue siendo.

Porque el bullying no desaparece cuando termina el colegio. A veces se traslada a la universidad, a los grupos de WhatsApp, a los espacios laborales. Adopta nuevos nombres: mobbing, exclusión profesional, comentarios pasivo-agresivos, microviolencias.
Y muchas veces, los que lo vivieron en la infancia, lo reconocen recién en terapia, años después, cuando logran ponerle palabras.

Me gustaría decir que este artículo tiene una respuesta, una solución, un “cómo se supera el bullying”. Pero no lo tiene. Porque no es tan simple.

Lo que sí tiene es una invitación:
A dejar de preguntar “¿qué hiciste tú?”
Y empezar a preguntarnos: ¿por qué seguimos permitiendo esto? ¿por qué hay tantos adultos heridos caminando por el mundo, cargando con exclusiones que nadie validó? ¿cuánto daño hacemos cuando le quitamos seriedad a lo que duele?

Si viviste bullying, si estás recordando cosas que no habías contado, si sientes que hay una parte de ti que sigue esperando que alguien diga “no fue tu culpa”…
te entiendo.

Y sí, se puede sanar. Pero como todo en psicología, no se hace en soledad. Se hace acompañada, en un espacio seguro, donde puedas reconstruir tu historia sin la vergüenza prestada que otros te hicieron cargar.

En mis sesiones, trabajamos desde ahí. Desde lo que pasó y quedó sin hablar. Desde lo que dolió y aún pesa. Porque tu historia merece ser contada desde tu voz. No desde la de quienes nunca te escucharon.

Tal vez no podamos volver al pasado. Pero sí podemos reescribir lo que creemos sobre nosotras mismas a partir de él.

Y eso —créeme— ya es una forma de reparación.

    Share:
    Back to Blog